Esa posición, la de la silla. Una postura fría, quieta e impasible. Una posición que reflejaba en gran medida la
vida que corría por sus venas, debiendo soportar el peso de todos
los culos que tenía que lamer. Sin embargo, al tiempo moría en su interior por tumbarse, relajarse y dejarse que su cuerpo se cubriese por el efecto de la gravedad.
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